La zona norte del Señorío de Molina es quizá una de las que más se echan en falta cuando hace tiempo que uno no anda por allí. Se puede ir, bien desde la propia Molina por Rueda de
Pocos rincones de nuestra geografía provincial se muestran tan apacibles, pensando en unas cuantas horas de expansión, o de antídoto contra el estrés las demás presiones del siglo, como aquellas vegas de los rayanos donde por riguroso orden, siguiendo muy a la par las aguas del río, se alinean tres pueblos, tres, que aportan al paisaje, dentro de su variedad singularísima, todos los requisitos de un imaginario paraíso.
Uno, que ha tenido a bien peregrinar sin pausa por todas las villas y pueblos de Guadalajara en su dilatado conjunto, añora la calma y la esplendidez, el sosiego y la magnificencia de los campos de Mochales, de Villel y de Algar de Mesa. Hace unos días el viajero impenitente se tiró de nuevas al camino y se plantó, allá al cerrar la mañana, en busca de la novedad que en los ambientes a campo abierto suele regalar la lejanía. No olvidemos que estos pueblos, aunque no los más apartados, si que entran en esa media docena de lugares más lejanos de la capital. Primera impresión: Mochales en el fondo de una vega.
Mochales
El pueblo se ve como
acurrucado a la solana de un cerro que le sirve de guardián y de parapeto
contra los vientos del norte y del poniente. Mochales, aparte de su primaveral
estampa, de sus magníficos chalés en las afueras, de sus casonas antiguas con
tinte señorial a las que sus dueños gustan tener de continuo en riguroso estado
de revista, sigue contando para el visitante en cada viaje con tres nombres
significativos, con tres nombres acerca de los cuales la buena gente del lugar
habla y hablará -si es que los que tenemos el deber de dejarlo como testimonio
en documento escrito, cumplimos con nuestra obligación- mientras que el pueblo
exista, cada uno por diferentes motivos. Mochales expone a los saberes del
mundo el nombre de su alcalde Antonio Alba, el de la mártir carmelita Beata
Teresa del Niño Jesús, y el del médico Tararí cuya vida fue todo un misterio,
un enigma del que se cuentan cosas admirables, pero del que muy poco o casi
nada se sabe.La hermana Teresa del Niño Jesús es una de las tres Mártires Carmelitas de Guadalajara. Nació en Mochales en el mes de marzo de 1909, y murió en la capital de provincia el 24 de julio de 1936, víctima de su fidelidad a la fe y del odio de aquellos que asesinando inocentes pensaban solucionar los graves problemas de España. Ahora es venerada en el lugar donde nació y en el que fue niña, después de su beatificación canónica en 1987 junto a las otras dos religiosas compañeras de martirio.
A don Eugenio Díaz Torreblanca nadie en el pueblo lo reconocería por su propio nombre, sino por el apelativo de Tararí. Una vida oscura, relacionada al parecer con
Villel de Mesa
Aguas abajo el camino
continúa hasta Villel. Las fértiles vegas que hay junto al río las aprovechan
los agricultores para el cultivo del cereal, las hortalizas y los árboles frutales.
Las choperas y algunos sauces llorones suelen ser a lo largo del río los
compañeros de viaje de la corriente. A trechos, las nogueras clavan su raíz en
los ribazos que hay por debajo de los riscos entre los que se encaja el valle.
El pueblo de Villel se distingue al instante por las ruinas enhiestas del
castillo de los Fúnez, aquel que destrozó el rayo en la plaza del pueblo el día
de la fiesta mayor de San Bartolomé.Villel de Mesa es un pueblo historiado, de antigua y noble estampa, un pueblo de remotas hidalguías presentes aún en las piedras de sus palacetes dieciochescos, como el de los Semper Ribas, o el de los señores Marqueses de Villel, justo al pie del tremendo peñón que sostiene las ruinas del castillo.
Confortable y bella en extremo es la plaza de esta villa. Al lado de la fuente se alza bajo los sauces, el busto en mármol del profesor don Pedro Gómez Fernández, que el pueblo le dedicó en su día como permanente testimonio de gratitud. Sobre lo más alto, como término en el mirar de unas cuantas calles estrechas, se distingue el airoso campanario de la iglesia de
Algar de Mesa
Se pueden ver algunos
campesinos trabajando con buen oficio los pequeños tablares de los huertos. Por
todo Algar resuena el continuo rumor de las chorreras que a tal altura
caracterizan y embellecen el paso del río. Cuando les está permitido, y cuentan
con tiempo y con fuerzas suficientes para ello, los hombres bajan a pescar
truchas a la "chorrera".Algar de Mesa es un pueblo en cuesta, de extraño asentamiento sobre la margen izquierda del río. Un pueblo escalonado, bellísimo, al que las autoridades y los vecinos han ido convirtiendo en un auténtico vergel, en un ejemplo a imitar de limpieza y de comodidad, siempre en inteligente consonancia con el paisaje.
Para conocer mejor el rosario de pueblos que asientan en el Valle del Mesa es preciso viajar ex profeso hasta él; vale la pena. Las buenas gentes que todavía quedan en cualquiera de ellos son amables y acogedoras, guardan relación con la vida y costumbres de sus vecinos zaragozanos y se expresan en un velado acento aragonés.
Aquel simpático valle del noreste aporta al conjunto de las tierras de Guadalajara el encanto de su variedad y de sus contrastes violentos. A la extrema placidez de la vega se oponen los volúmenes en corte de las rocas; al aislamiento natural de sus situación geográfica entre dos reinos, compensa con gracia la hermosura de su paisaje, árido y al mismo tiempo saludable, abierto y provocador.
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