Aunque
uno está acostumbrado a ello, todavía se suele extrañar gratamente, muy
gratamente, cada vez que en las páginas que nos dejaron en herencia los grandes
maestros de la Literatura ,
se encuentra con alguna referencia a las tierras de Guadalajara, a sus gentes,
a sus maneras de vivir o de organizarse al cabo de los tiempos, a sus usos y
costumbres como esencia de su propio ser. Debo asegurar que Guadalajara ha sido
desde siempre, por una u otra razón, motivo permanente en el arte del buen
decir, una tierra para las buenas letras; que desde los inicios del castellano
como idioma, su nombre estuvo siempre en la punta misma de las plumas de los
mejores literatos de todos los tiempos, pudo ser en parte debido a su situación,
a su influencia como tierra de paso, a lo variado y singular de su paisaje, a
la indudable categoría de algunos de los nacidos aquí a lo largo de los últimos
siglos… Vaya usted a saber cual es la causa, pero lo que sí es cierto, es que
esta tierra aparece con frecuencia como motivo central en la obra de los
autores más significados de todos los tiempos.
Hace ya algunos años, saltando de
acá para allá en las páginas de un libro de artículos, la mar de variopintos
como lo suelen ser en la obra periodística de Azorín, me encontré con uno muy
especial al que su autor había subtitulado “Intelectualidad”, ahí es nada; y
que dedicó en su día, con un cuidado decir como era su estilo, a uno de
nuestros personajes más admirables y más olvidados, creo yo, de la provincia de
Guadalajara: a don Manuel Serrano Sanz me refiero, un alcarreño de Ruguilla que
vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, pues nació en 1866 y falleció en
1932, dejando para la posteridad una obra grandiosa. Pero escuchemos la palabra
docta del propio Azorín en referencia a nuestro hombre:
«Su
vida fue ensimismamiento y estudio. Amigos y admiradores dedican al erudito un
libro-homenaje. La lectura de este volumen es cautivadora. Después de leerlo
nos detenemos a meditar. Ha nacido un niño y ha nacido en uno de los más bellos
y agrestes paisaje de España. Con una florecita de romero en la mano, florecita
azul, podemos ir induciendo, desde la flor a la montaña, desde la flor a la
ciudad, toda esta hermosa tierra. La Alcarria es varia y fértil. Dominan en su
flora las aromáticas especies silvestres. Sacan de esas flores las silenciosas
abejas néctar precioso. La ladera está tapizada de romero, tomillo, cantueso,
espliego, mejorana. A lo lejos se ve una montaña azul. Cerca se abre un valle
verde, sombreado por frutales. El pueblo se tiende en un declive. Las casas del
pueblo son sencillas. Alguna de estas moradas es de recia mazonería…»
Nadie podrá dudar que cuando el
maestro Azorín escribió este artículo, conocía el pueblo natal de don Manuel
Serrano Sanz; había estado en él. Evita en su artículo el nombre del pueblo,
pero lo dibuja magistralmente en un solo puñado de palabras. Tal vez lo haya
hecho para no distraer la atención del lector en detrimento del personaje. El
estilo del maestro impregna de fuerza expresiva su propio decir, reviste de
coraza con los brillos de su lenguaje la fulgurante personalidad del amigo,
cuya admiración hacia él desea dejar remarcada en su discurso. Pero sigamos,
retomando de nuevo la palabra del escritor de Monóvar:
«El
niño se siente ávido del estudio. Le ayudan los propincuos y se ayuda él mismo.
El ambiente familiar es favorable a este
niño. Estudiando, entre libros, apetente siempre de conocer, pasa el niño de la
puericia a la mocedad. Ya sabe mucho. Ya conoce las lenguas antiguas. Ya tiene
ambiciones de figurar algún día entre los más doctos. Los libros llenan su
cuarto. En sus divagaciones por la ciudad siempre embute en sus bolsillos algún
libro ocasional. La Historia extiende ante sus ojos un vasto y enigmático panorama.
Como su anhelo son los libros ha entrado en una gran biblioteca. Pertenece al
cuerpo de bibliotecarios. En la Nacional pasa las horas del día. Y la Nacional
no tiene secretos para él.»
Una pincelada significativa, exacta,
del vivir diario de nuestro hombre, ocupado en su quehacer cercano al
hermetismo más riguroso, nos la deja de pasada el autor del artículo en este
párrafo, en donde se dibuja el espíritu del hombre de acción en ejercicio
permanente, del intelectual en su estado más puro:
«La
vida de Serrano Sanz es sencilla. Ni delicias conejiles, ni laminerías en la
mesa, ni retardos perezosos en la cama, ni disipaciones en el deporte. Todo es
uniforme, claro y sobrio. Y como vive siempre entre libros, entrándose cada vez
más en la Historia, la realidad que lo circunda se va haciendo cada vez para él
más lejana. Nota dominante de Serrano y Sanz es la universalidad. No existe en
la Historia nada ajeno a su apetencia.»
Otras referencias
Don Manuel Serrano Sanz fue
cronista oficial de Guadalajara; doctor en Derecho y en Filosofía y Letras por
«No
hay nada más intrincado que la letra antigua. La letra antigua es un zarzal
espinoso. Si en el monte, entre las zarzas, vemos a veces vedijas de lana,
entre las letras antiguas queda siempre tal vez algún trecho indescifrado.
Indescifrado para Serrano y Sanz, no. Serrano y Sanz lee tan prestamente en las
escrituras antiguas como en lo impreso. Ni la letra de los tiempos góticos, ni
la “cortesana” del siglo XV, ni la “procesada” ofrecen para él dificultades. Va
leyendo Serrano y Sanz de corrido todas estas escrituras inextricables. Y
penetra así su mirada por los senos profundos de la Historia, cerrados a los
demás mortales.»
De ahí que a don Manuel le fuera
fácil descubrir, al hilo de los legajos y de los roídos documentos, datos
históricos de interés que más tarde le permitiesen dar forma a sus mejores
publicaciones “Relaciones históricas y geográficas de América”, pongamos por
caso, entre otros títulos de excepcional interés sobre la historia del Nuevo
Mundo. Los datos biográficos de algunos alcarreños en América, como “Vida y
escritos de Fray Diego de Landa y Pedro Ruiz de Alcazar”, consiguieron la
referencia fidedigna gracias a sus perseverantes investigaciones.
«No
existe en la Historia -dice Azorín- nada
ajeno a su apetencia. Ora escribe sobre los indios chiriguanes, ora sobre los
actos originales de las congregaciones celebradas en Valladolid en 1527 para
examinar la doctrina de Erasmo, ora sobre los bandos de Orihuela en la primera
mitad del siglo XVI, ora sobre las comunidades monásticas y las instituciones
de Derecho privado el condado de Ribagorza hasta 1035. Y no faltan unas páginas
sobre la escultura madrileña del paleolítico inferior. Y otras páginas sobre el
rectángulo homotónico, estudiado geométrica y artísticamente.»
El artículo de Azorín es más amplio,
más denso, más profundo. Como conclusión, ya por aquellos turbios meses que
precedieron a la Guerra
Civil , cuando sólo habían transcurrido tres años escasamente
de la muerte de Serrano Sanz, el maestro alicantino se lamenta, previendo que
la vida y la obra del insigne alcarreño pasarían a la historia de puntillas,
envueltas entre el vapor de una nube inconsistente. Por desgracia, ello ha sido
así.
Terminemos, pues, con la acertada
frase con la que Azorín concluye este interesante trabajo: «Ningún maestro extrajero de biografías podrá
escribir una superior a esta de Masarnau hecha por don José María Quadrado. La
de Serrano y Sasnz es un embrión. Vale la pena de ampliarla. Serrano y Sanz
representa la más pura, exquisita y universal intelectualidad.»
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