lunes, 27 de mayo de 2013

SANTUARIOS MARIANOS DE GUADALAJARA

       
          En abierta primavera climatológica, y evocando del modo más sutil los viejos recuerdos de nuestra niñez en el medio rural, donde a tantos nos cupo la suerte de asomarnos a la luz por primera vez como plantas silvestres nacidas a su antojo, parémonos a pensar en estas radiantes tardes de mayo en aquellas ermitas solitarias de nuestra tierra que, apartadas de donde la gente habita, perviven tras el pasar de los siglos como lámparas encendidas en honor y alabanza a la Madre de Dios. Luminarias de fe prendidas al paisaje donde, a pesar de los pesares, todavía se reúnen en determinadas ocasiones cada año multitud de romeros y de excursionistas, y lo que es mejor, recias almas de lugareños que en la soledad del campo se acercan al piadoso ventanillo de la puerta, rezan una oración y dejan prendido a la rejilla tras la que se ve la imagen, un puñado de flores amañadas de las que da la tierra. Almas pueblerinas de buena sangre, en cuya poquedad se luce colmado hasta los bordes el vaso de la suprema sabidu­ría.
            No hace mucho tuve ocasión de pararme a descansar de un viaje por aquella sierra en la ermita de Los Enebrales. La visión de las montañas, con vedijas de nieve aún sobre las cubres, impregna el ánimo del viajero con impresiones de un mundo en el que el sólo hecho de vivir ya ofrece visos de aventura. Los campos de Tamajón que hay junto a la ermita, se embravecen y enseñorean como homenaje a la Señora.
            El capítulo más glorioso de la historia de Atienza se escribió en la madrugada del domingo de Pentecostés del año 1162, a las puertas de una ermita que, restaurada siglos más tarde, alza su nimio campanil en el fondo de un vallejo que dicen de La Estrella. Esa es la advocación mariana a la que rezan los atencinos. A sus puertas danzaron los arrieros de la villa, allá a las del alba, para burlar las huestes del monarca leonés que pretendían arrebatarles al rey niño Alfonso VIII quien, como uno de tantos, viajaba con los demás disfrazado de arriero y a lomos de acémila.

            En Cendejas del Padrastro, donde el valle del Henares se abre a las sierras del norte, tienen como meca, tanto para propios como para comarcanos, el santuario de la Virgen de Valbuena. Durante la mañana y parte de la tarde en el último domingo de mayo, las gentes de una veintena de pueblos suelen acudir a la cañada de Valbuena con sus cruces parroquiales en romería. La primitiva imagen de la Patrona de aquellos valles desapareció profanada durante el verano de 1936. En la paz del santuario, los paisanos besan con fervor cada primavera la cabecita menuda de la primera imagen, lo único que se libró perdido entre las cenizas después del saqueo, y que conservan en una urna o relicario de cristal a la veneración de los fieles.
            Dicen que en el santuario de la Virgen de Montesinos, término municipal de Cobeta en el Alto Tajo, se convirtió a la fe cristiana y se hizo ermitaño un capitán moro llamado Montesi­nos, tras haber sido curada de parálisis una pastorcilla que solía apacentar el ganado por aquellas dehesas. La primitiva ermita del siglo XII desapareció doscientos años más tarde, siendo reedifi­cada en 1512 y acondicionada a principios del siglo XVIII. Tiene fama de milagrosa la imagen de Nuestra Señora de Montesinos. La anual romería se suele celebrar la víspera de la fiesta de la Ascensión. El paraje en el que se levanta aquel importante foco de devocio­nes, junto al arroyo Arandilla y bajo los riscos, es uno de los más apacibles y espectaculares que tiene la provincia.
            En Molina de Aragón, Corduente y Ventosa, veneran con especial fervor a la Virgen de la Hoz, y por añadidura en las demás tierras del Señorío de las que es reina y señora. Su devoción se pierde de puro antigua en la noche de los tiempos, y por tanto está basada en un hecho sobrenatural (historia, leyen­da, tradición) que por aquellos lugares la gente bien conoce. Fue un pastor de Ventosa quien descubrió, por primera vez bajo aquellos riscos, los fulgores de la Madre de Dios mientras buscaba en noche oscura una res que se le había extraviado a orillas del río Gallo. Qué decir de la devoción de los molineses a la Madre Común. Qué al espectáculo natural del Barranco, bajo cuyos impresionantes farallones se esconde la ermita. Qué de las fiestas y romerías que durante siglos se han venido celebran­do a su sombra...

            Los principales santuarios marianos que hay por la Alcarria son cuatro: el del Madroñal, el del Saz, el del Peral y el de la Esperanza. Hay varios más, qué duda cabe, pero debo reconocer que como caminante de aquellas tierras son, al menos para mí, los más representativos. En ellos se veneran las imágenes de la Virgen que son patronas de Auñón, de Alhóndiga, de Budia y de Durón. La Virgen de la Alcarria se venera en la iglesia de Fuentes. Debiera ser, así se me ocurre, la patrona de toda la comarca, pero no lo es. La primitiva imagen de Nuestra Señora del Madroñal, no es la que hoy veneran -pequeñita y solemne- en el santuario que da vista a las aguas del Entrepeñas, no; aquella la destruyeron cuando la Guerra Civil; dicen que era obra del evangelista San Lucas. La de la Esperanza de Durón, se asoma también al embalse desde el mirador de su nueva ermita, que sustituye a la que, con gran dolor de todos, un día se tragaron las aguas del pantano.
            En Alhóndiga, cerca de las riberas del Arlés, queda la romántica ermita de la Virgen del Saz. Dicen que se apareció sobre uno de los sauces que rinden su ramaje a la par de las fuentes. El pueblo celebra su tradicional romería el lunes de Pentecostés, como voto de gratitud por haber salido indemne de los desastres del cólera que asoló la comarca en 1833.
            La villa de Budia dedica sus plegarias cada año a la Virgen del Peral, cuyo santuario se encuentra a media legua del pueblo. Gozó la ermita del Peral de una valiosa colección de obras de arte, entre las que había que contar la propia imagen de su Patrona, desaparecida como tantas más en 1936. Las fiestas con romería hasta la ermita tienen lugar el segundo domingo de septiembre.

            Una vez agotado el espacio del que se dispone para este grato menester, uno se da cuenta de que apenas si ha cubierto los primeros pasos por los santuarios marianos de Guadalajara. Fuera de nuestra relación se quedó el de Santa María de la Salud de Barbatona; el de la Virgen de los Olmos de Maranchón, el de la Virgen del Robusto en los campos de Aguilar, el de la Bienvenida en El Recuenco, el de la Virgen de la Vega a los pies de Valfermoso y a orillas del Tajuña...

(En las fotos: Santuarios de Nuestra Señora del Peral en Budia, de la Estrella en Atienza, y de la Esperanza de Durón)

2 comentarios:

usha.digitalinfo dijo...
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